Todavía en tránsito

Vengo de San José de Costa Rica. Ahí nací hace 31 años y crecí como una niña urbana que le tenía miedo a los insectos y a las alturas. Tengo una familia enorme, de clase media tirando a pobre, en la que todos viven a un máximo de cuatro horas de camino. Soy una de las pocas que se han ido lejos.

Mi mamá dice que “salí leyendo“, y creo que es verdad. A los diez años pedí una máquina de escribir para navidad, y aprendí a usarla con una furia y una desesperación un poco preocupantes para mis padres. Con el tiempo, la computadora se convertiría en mi obsesión más definitiva.

Siempre escribí. Cartas, obras de teatro, poemas, diarios. Todos los perdí o los destruí. Ya adulta se me ocurrió que quizás no era buena idea perderlo todo. En Febrero del 2001 empecé a escribir Itzpapalotl.org, un blog personal. Todavía lo escribo y recibe unas cuantas visitas de amigos y familiares, como si fuera un blog-abuelita que vive lejos y repite las cosas porque se olvida de lo que ya contó.

Por alguna razón, por esa misma época, me obsesioné con el trabajo. Trabajé y estudié como una loca. Hice de editora, traductora, reportera, investigadora social y programadora. Trabajé en una ONG, fundé una cooperativa de trabajadores, tomé fotos, cosí vestidos, abrí un blog de cocina y armé robots de papel. Viajé por un montón de ciudades en avión, en bus, a pie y en la parte de atrás de algún camión, siempre con la laptop al hombro.

En el 2006 mientras pasaban en la tele los partidos de la Copa del Mundo, me enamoré. Unos meses después me vine a vivir a San Francisco, California, sin tener ni la más mínima idea de cómo era vivir en los Estados Unidos.

Resultó que no estaba mal. Vivio en una ciudad pequeña y diversa, donde se juntan imigrantes de todas las latitudes, los diferentes matices de las culturas Asiáticas, la cultura afro-americana, la cultura chicana, los hippies de los años 60, los punks de los años 80, los empresarios de la Internet de los 90, y un movimiento incesante de gente e ideas, de vidas llenas de misterios.

Aquí paso los días pensando en mi estado migratorio, porque todavía me siento en tránsito aunque hayan pasado cuatro años. Bailo en la cocina cuando nadie me ve, salgo a leer a los parques hasta que llega la niebla helada, y en las mañanas vuelvo a ver por la ventana y está ahí, como un milagro, el agua del mar.

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