Todos estamos escribiendo ese libro

Si existe un oficio desacreditado en estos tiempos es el de profeta. Vaticinar el rumbo de la política, la tecnología y hasta los movimientos sociales, cuando el diario recién salido de la imprenta ya es un inútil cúmulo de noticias masticadas en las redes a lo largo del día anterior, no parece una actividad que goce de mucho prestigio.

Visto a través de las pantallas, en el mundo todo se ve pasar pero nada se ve venir. No, al menos, con demasiada certeza. Son tiempos en los que parece estarse escribiendo capítulos importantes de la Historia, pero a tal velocidad que necesitaremos muchos años para leerlos.

Se suponía que con el advenimiento de computadores personales cada vez más portátiles y poderosos, y con el consiguiente desarrollo de toda una tecnología multimedia dirigida a todos los sentidos, el mundo entraría en una especie de analfabetismo, ya que los códigos alfabéticos caerían en desuso, suplantados por otros, más visuales y universales.
Y los computadores, en efecto, se hicieron mucho más poderosos y portátiles de lo que se pudo soñar diez años atrás (de hecho, Ipads, teléfonos de última generación y todo tipo de tablets y lectores de libros digitales con conexión wi fi, ya exceden el término “computador”), y sin embargo nos encontramos con una sociedad básicamente epistolar. Una sociedad que pasa el día comunicándose a través de la palabra escrita, enviando cada día millones de correos, tweets, SMS, comentarios y actualizaciones en decenas de redes sociales. En pocas palabras: vivimos, como nunca antes, un mundo escrito.
En ese mundo, la gente se encuentra por sus afinidades, al margen de la distancia geográfica, y se conoce y llega a amarse tras largas sesiones de intercambio epistolar. De igual manera, se entera de la realidad en la que amanecieron con sólo echar un vistazo a su timeline de twitter, el cual “armaron” a partir de la escogencia de las fuentes (no siempre periodísticas, por cierto) a las que decidieron seguir. Es decir, que esa inmensa masa humana que puebla el planeta, en tanto se vuelve más anónima y solitaria, más libertad hipotética tiene de expresarse, de conectarse por sus afinidades electivas y no accidentales (geográficas).

Y si bien la imprenta revolucionó la difusión de las ideas, y el telégrafo la relación tiempo/distancia para hacer llegar esas ideas, la web sintetizó ambas haciendo verdaderamente horizontales las comunicaciones humanas.

¿Qué cambios se han producido, entonces, en esta sociedad en la que hay ahora tantas voces hablando al mismo tiempo? Posiblemente ha perdido capacidad de concentración, banalizando la información. Quizá ha profundizado su sentimiento de desamparo. Pero a juzgar por lo que escriben, la gente en su vida cotidiana sigue sintiendo y conversando más o menos las mismas cosas que cuando Gutenberg y Morse. ¿Qué ha cambiado, entonces?, se preguntará el lector.

La Primavera Árabe, las concentraciones convocadas por las redes, las campañas de protestas a través de los hashtag, las tácticas de repliegue y retorno de las manifestaciones estudiantiles usando SMS, parecen indicar una cosa: en su relación cotidiana con sus iguales la Humanidad parece ser la misma de siempre, pero ha cambiado en su relación con el Poder. Esas millones de voces que leen el mundo y participan de su vertiginosa escritura, comienzan a restarle poder al Poder.

Son tiempos en los que parece estarse escribiendo capítulos importantes en el libro de la Historia, como ya se señaló. Si no los podemos leer con facilidad, es porque participamos de su escritura. Son pocos los indicios que permiten ver con claridad hacia dónde vamos. Acaso un síntoma, una certidumbre, parece asomarse en el horizonte: en este mundo en el que todos escribimos, el Poder tiene el inmenso reto de irse acostumbrando también a leer.

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