Sólo una diferencia

“Eso no debería hacerlo una mujer” es una frase que me dirigieron por primera vez a la edad de 21 años. Vino de un vecino italiano que intentaba evitar mis entradas y salidas nocturnas. Por aquel tiempo, el estado en el que me crié ya había desaparecido hace mucho de los mapas, y mi permeabilidad a cuestiones del tipo “no puedes hacer eso” era prácticamente nula. El pretencioso intento de educación de Francesco me hizo sacudir la cabeza, espantada. Qué tristemente retrógrado debe ser alguien que en la Europa de finales del siglo veinte todavía no maneje un único código de conducta para hombres y mujeres… Eso, a día de hoy, todavía me irrita.

En la RDA todo salió mal, pero una cosa sí funcionaba: la igualdad de la mujer. Bien es verdad que no fue la consecuencia de que los maridos asumieran las tareas de casa o el cuidado de los niños (no se llegó tan lejos), pero las mujeres no tenían por qué permitir que nadie les dijera, sólo por su sexo, qué debían hacer o dejar de hacer. Era una de las pocas limitaciones que no existían en la RDA. Las mujeres de mi generación eran las hijas de unas mujeres que aprendieron ya en su tiempo que una mujer obviamente decide autárquicamente sobre su sexualidad y su cuerpo; que los cromosomas no tenían ningún poder decisión sobre los conocimientos técnicos especializados, y que la diferencia entre mujer y hombre sólo es una diferencia: no un distintivo de calidad. Esta certeza me la llevé conmigo y con mi nueva vida a la sociedad occidental, cuya moral sexual operaba bajo reglas de juego totalmente opuestas. Siendo sincera, ese fue el mayor shock imaginable.

Necesité un tiempo para comprender que el reparto clásico y burgués de roles que hace a la mujer prodigio de la cocina y objeto de lujuria sin opinión, va acompañado de otra discriminación: aquella que establece al hombre como único sustento económico de la familia. La presión que subyace en esta responsabilidad no es menor, ni mucho menos. A un hombre se le imponen unas exigencias totalmente distintas, se le califica como fracasado mucho más rápido y desde luego no lo tiene más fácil. Simplemente, tiene unos problemas distintos a los de la mujer. En realidad, ahí lo volvemos a tener: una diferencia, no un distintivo de calidad. Para mí, hoy, en Centroeuropa, no encuentro ninguna ventaja y ninguna razón para querer ser otra persona distinta a quien soy. De todos modos, la vida sigue siendo una lucha. No importa en qué frente.

Traducción: Ralph del Valle

hasta ahora 1 comentario sobre 'Sólo una diferencia'

  1. Liliana Lara dice:

    Hola Claudia,

    Tu texto me hizo recordar un poema de un poeta venezolano que me encanta. Aquí te lo dejo (espero no darle mucho trabajo al traductor de este comentario)

    Yo no soy hombre ni mujer …
    de Juan Sánchez Peláez

    A Malena

    Yo no soy hombre ni mujer
    yo sólo tengo resplandor propio
    cuando no pierdo el curso de río
    cuando no pierdo su verdadero sol
    y puedo alejarme libre, girar, bogar,
    navegar dentro de lo absoluto y el
    mar blanco

    entonces sí soy
    el hombre rojo lleno de sangre

    y sí soy la mujer: una flor límpida, un
    lirio grande

    y también soy el alma

    y clarean los valles hondos
    en nuestro mudo abrazo eterno,
    amor frío

    -y qué más
    qué más por ahora
    piragua azul
    piragüita.