Viaje – Los Superdemokraticos http://superdemokraticos.com Mon, 03 Sep 2018 09:57:01 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9.8 Leo para que me importen las cosas http://superdemokraticos.com/es/themen/globalisierung/ich-lese-damit-mir-die-dinge-von-bedeutung-sind/ http://superdemokraticos.com/es/themen/globalisierung/ich-lese-damit-mir-die-dinge-von-bedeutung-sind/#comments Wed, 29 Sep 2010 07:00:34 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=2278 Hay días en que todo me me parece aplastante e inútil y sólo me importa el café, la comida, el abrigo, ver el tren que pasa a lo lejos sin pensar quién transita, quién habita, quién sufre o sonríe por las ventanillas. Cedo a la tentación de que no me importe nada, levantar los hombros, pensar en lo ridículo. En esos días no escribo, sino que leo a David Foster Wallace.

DFW, como lo llamamos entre mis amigos en correos llenos de referencias y anotaciones, se provocó la muerte en Septiembre del 2008. Un mes después se suicidó exactamente de la misma forma un compañero de mi infancia. Recuerdo ir leyendo el artículo largo, duro y obligatorio en la Rolling Stone, llorando en un vuelo de ida, y destruida por la muerte de una parte de mi vida, en el camino de vuelta. A pesar de mi paralizante miedo a volar, esos han sido de los vuelos más tranquilos, porque se me hacía evidente que había muchas cosas peores que la caída libre desde treinta mil pies de altura.

Quizás por eso mi relación con DFW siempre tendrá ese lado triste, oscuro y depresivo, adicto y desesperado. Los salones mal iluminados donde los alcohólicos repetimos afirmaciones chuecas, los paranoicos solitarios que viven con todas las ventanas cerradas, las formas brutales en las que nos autodestruimos. Pero no sólo para mi, sino para varias personas que conozco, sus ensayos y sus novelas han sido brillantes fuentes de inspiración, un mapa de ruta para comprender la experiencia Norteamericana y sobre todo, un recordatorio de por qué nos deben importar las cosas.

En el 2009 leí Infinite Jest, un tomo hipertrófico que arrastré con energías por las calles de Ámsterdam y que leí como sustituto a interactuar con la gente. Una turista que con su acto incómodo de leer un libro tan gordo está diciendo, querido Ámsterdam, me gustan tus cafés, pero me interesa más lo que pasa en una academia de tenis imaginaria en la costa Este de los Estados Unidos. Amé cada una de las 1079 páginas, cada tortuosa nota al pie, cada referencia oscura, cada diagrama geométrico incomprensible. Un espejo de cada persona con la que no hablé.

No me sentí mal. En esa entrevista , la del avión, había aprendido que ser tímido básicamente significa ser tan “self-absorbed”, tan absorbido en tus propios intereses y pensamientos, que se te hace difícil estar con otra gente.

David Foster Wallace me ha lo ha enseñado todo con su didáctica atolondrada, su capacidad para ilustrar detalladamente cosas que uno preferiría no saber. Uno de sus textos más citados es su discurso a la clase del 2005 en Kenyon College, el único texto que le recomiendo a los que no se quieren meter en problemas. DFW dijo en ese discurso que el tipo de libertad que de verdad importa es el que toma atención, conciencia, disciplina, esfuerzo, y ser capaz de cuidar y querer a otra gente y de sacrificarse por ellos una y otra vez, en una variedad de formas triviales, pequeñas y poco sexys, todos los días.

También me enseñó que la ironía y el cinismo postmodernos no son necesariamente buena política al escribir ni al hablar ni en nada. Que se han vuelto un fin en si mismos, una forma de ser un escritor cool y muy listo. Que hace tiempo la ironía y el cinismo pudieron ser formas de denunciar las cosas que no eran lo que parecían, los modelos de la sociedad de los 50s y los 60s. Pero qué hacemos después de denunciar, de abrir las cosas por la mitad y mostrar sus verdaderos contenidos?

Escribir sin cinismo es algo que me toma trabajo todos los días, como planchar la camisa del uniforme de la escuela, como lavarse bien los dientes de atrás. El ejercicio de escribir para Los Superdemokráticos ha sido parte de ese esfuerzo metodológico, de ejercitar la sinceridad aunque nos deje desnudos, solos, y sinceramente tratando de cambiar las cosas.

Guardaré estos artículos para leerme a ver cómo era yo en esta época de misterios. Por ahora no me siento particularmente ciudadana de ninguna parte, particularmente involucrada con ninguna causa, ni particularmente yo misma. Ando a ciegas y no estoy sola, somos muchos los que andamos tanteando el piso, buscando las huellas que nos trajeron hasta donde estamos. Desafortunadamente se me esté acabando la fuente finita de material que alguna vez escribió David Foster Wallace, o que alguien más escribió sobre él. Quizás cuando lo termine de leer habré encontrado mi justo lugar en la normalidad de los días, viendo pasar el tren de lejos, pero ahora si, haciendo adiós con la mano.

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Habia una vez una Globalización http://superdemokraticos.com/es/themen/geschichte/es-war-einmal-eine-globalisierung/ Tue, 28 Sep 2010 06:48:30 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=2220 – Si ustedes me permiten, les narro una historia tal como me la contaron. Había una vez un muchacho que vivía en una ciudad muy grande. Corría el año 2010. Él nació en la Isla descrita en el Poema “La Isla en Peso” de Virgilio Piñeira, que les recomiendo. Este joven era como nuestro Morus, que le gustaba viajar, quería saber si el mundo tenía límites y cuales eran. El caso es que, cuando tuvo edad para ello, se fue a otro país. (Varios de ustedes se deben estar preguntando qué era un país, otros ya lo habrán estudiado en la clases de Poulantzas. Bueno, no les voy a quitar la oportunidad de que investiguen el tema.) Por aquellos tiempos los seres humanos habían inventado artefactos que hacían que pareciera más fácil transportarse de un lugar a otro. Lo cual, las más de las veces, era extremadamente difícil para la inmensa mayoría de los hombres y mujeres que habitaban el planeta, pues para poder ir de un lugar a otro se necesitaba un permiso de las autoridades pertinentes. Esta autorización se otorgaba en forma de un papelito que le estampaban a la persona que quería viajar en otra cosa que se llamaba pasaporte, esto último era un cuaderno que servía de identificación. Este joven pasó mucho trabajo en conseguir los permisos para viajar, pues había cometido el error de nacer en el país equivocado. Además en aquellos tiempos los seres humanos vivían bajo la dictadura del dinero y la mayoría de las relaciones estaban mediadas por este inefable compañero.

Volviendo al novicio. El trabajaba en un Bar de noche, iba a la universidad durante el día y escribía ensayos y textos literarios para alguna que otra revista o proyecto. Su vida transcurría en estos quehaceres.

Este joven, al que llamaremos Aukera, pasaba mucho tiempo hablando con sus amigos que estaban desparramados por todo el globo terráqueo. Sus camaradas hablaban lenguas diferentes y habían nacido en distintos lugares. Casi todos ellos tenían también el pasaporte equivocado para moverse en aquel mundo.

Los amigos de Aukera hacían teatro, otros música, otros escribían poesía y filmaban películas, otros trabajaban con minusválidos, cocinaban o renovaban edificios antiguos. Algunos de ellos no tenían trabajo y pasaban mucho tiempo caminando en círculos. Uno de estos amigos vivía en un pueblecito muy pequeño en un país del Sur. Él se llamaba Ezintasuna y hacía teatro para niños. Ezintasuna estaba muy cansado y quería irse a los países del norte, pero la autorización de viajar era muy difícil de conseguir.

Foto: Lazaro Emilio Hernandez Boffill

Él no creía que su trabajo estuviera funcionando, porque el mensaje de alegría y posibilidades que implicaba la actuación con títeres no llegaba a los niños. Ellos subsistían bajo una violencia muy fuerte. La mayoría de estas criaturas vivían en las calles y consumían drogas en lugar de comida para aliviar su hambre. Otros eran vendidos y prostituidos. Para defenderse se habían agrupado en pandillas. Un día, después de una función, uno de estos niños se acercó tímido y le dijo a Ezintasuna:

– Señor, ¿podría preguntarle algo?

– ¡Si, claro!-respondió Ezintasuna.

– Señor, ¿cómo hago para ir al mundo de los títeres, donde toda acaba bien?

Ezintasuna se quedo sin palabras. Con un nudo en la garganta le dijo:

Lo primero es construirlos, ya después poco a poco te iras adentrando en su mundo, como ellos en el tuyo.

El niño comenzó a acompañar al grupo de amigos titiriteros y con el tiempo construyó su primer títere.

Así me lo contó Ezintasuna y así se los cuento yo.

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¡Help! Una diosa se ha sentado a mi lado http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/help-eine-gottin-hat-sich-neben-mich-gesetzt/ http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/help-eine-gottin-hat-sich-neben-mich-gesetzt/#comments Mon, 09 Aug 2010 07:08:47 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=593

En el trufi. Foto: Javier Badani

Sudan. Mis manos sudan. Una diosa acaba de sentarse a mi lado en el trufi y yo sólo atino a segregar mi timidez, mientras rozo su cuerpo impulsado por el vaivén del vehículo. ¿Qué? ¿Qué no sabes que es un trufi? Te explico. Es un medio de transporte público muy particular que conecta el centro de La Paz con la zona Sur. Los choferes de los trufis utilizan el tradicional sedan de cuatro puertas de Toyota. Claro, para ganar más dinero, habilitaron un “asiento” (mejor dicho, un almohadón) extra en la parte delantera del coche. Así que olvídate de la idea original de aquel diseñador japonés que tardó años concibiendo un auto que transportara de forma cómoda a cuatro personas, aquí el ingenio criollo le agregó espacio para un pasajero adicional. Ahora, ¿entiendes mi problema? Aquí estoy, en medio del sándwich, sin poder mover nada más que la cabeza, más apretado que una sardina en lata de conserva.

A mi lado izquierdo, el oloroso chofer del trufi que aporrea una y otra vez mi rodilla, cada vez que cambia la velocidad en la caja de cambios. Mi lado izquierdo se siente invadido.

Y a mi derecha, una veinteañera que huele a primavera y cuyas pierna y brazo izquierdos me chocan, me golpean con el bamboleo del coche. Mi lado derecho quiere invadir.

Ella tiene suavecita la piel, eso me informa ese pedacito de brazo que la roza de rato en rato. Y parece que tiene… No, no, sí tiene amplias caderas y parecen querer fundirse a las mías cada vez que el trufi encara una pronunciada curva. Cierro los ojos e intento disfrutar de este momento a su lado y, al mismo tiempo, busco aislar de mi mente la molesta presencia del cuerpo del chofer. “Cosa rara la piel, el cuerpo”, me digo. Sólo bastaron pequeños contactos para desencadenar una reacción física y mental de imprevisible final.Y estas manos que no dejan de sudar. En sí, todo mi cuerpo parece haberse transformado en un ente líquido.

Curvas que van, curvas que vienen. No cabe duda que decenas de batallas de orden corporal se gestan a lo largo del día en el asiento delantero de un trufi.

En este caso, el cuerpo del quinto pasajero —o sea, el mío— busca a toda costa escapar del contacto con las regordetas extremidades del conductor, batalla, debo confesar, harto perdida.

Del otro lado, en cambio, ya se ha entablado un diálogo interesante entre los vellos del brazo mío con los de la veinteañera de olor primaveral. Se hablan, se tocan. “Por algo hay que comenzar”, me conforto.

De pronto llega el abrupto final. “¡Bajo en la esquina!”, le dice la muchacha al chofer. El trufi para, la diosa baja y mi cuerpo ya no suda, ahora llora.

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Volver atrás ni para tomar impulso http://superdemokraticos.com/es/themen/geschichte/nicht-einmal-schwung-holen-in-der-vergangenheit/ http://superdemokraticos.com/es/themen/geschichte/nicht-einmal-schwung-holen-in-der-vergangenheit/#comments Mon, 05 Jul 2010 12:14:51 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=328

No me interesa la nostalgia. Los que afirman que todo tiempo pasado fue mejor, tienen que ser estúpidos o haber vivido en un pasado en que eran de la etnia, género y clase dominante, y sus recuerdos tienen que ver con las maravillas otorgadas por el poder y las normas. Todos los demás, los que tenemos la mala pata de no dominar ni a la menor de las bestias, sabemos que la tenemos un poco mejor ahora y que con suerte el paso del tiempo nos será generoso.

Quizás lo que me irrita es que la gente con nostalgia histórica siempre se asume del lado de los vencedores, de los sobrevivientes. La gente se imagina como parte de la corte de María Antonieta, no en las calles de París peléandose por un hueso con un perro. Nadie se imagina a si mismo muriendo de parto a los 16 años o de viejo a los 35. Nadie sueña con volver al olor de las calles sin sistema de alcantarillado, los viajes entre asesinos y violadores en un barco pirata, seis hijos muertos de rubeola o golpeados por la polio. A la desgracia de ser mujer, negro u homosexual en prácticamente cualquier época, incluida la nuestra.

En el sur de los Estados Unidos la gente se organiza en clubes que se dedican a realizar elaboradas recreaciones de diversas escenas de la guerra civil estadounidense, la que acabó con la esclavitud por ahí de 1865. Cada club se dedica a su propio subtexto: a algunos les interesa el realismo apegado a los hechos, otros se ponen creativos e inventan finales alternativos para las batallas perdidas, otros nada más quieren dispararle a sus vecinos. Los hombres adquieren rangos verdaderos, invierten en uniformes y armas auténticas. Las mujeres también actúan: cocinan para las tropas y alivian a los heridos con un sombrerito en la cabeza. (No tengo idea de si hay afroamericanos participando en este circo, pero yo no lo haría a menos que fuera por una generosa cantidad de dinero). Toda esta gente vive en un loop histórico que cada año repite la derrota de sus antepasados y trata de rescatar las cenizas del privilegio perdido.

Hay un montón de gente en mi país que quiere volver al pasado, con la particularidad de que es un momento que nunca existió. El pasado verdadero está lleno de pobres sin zapatos ni escuela, pueblos abandonados en medio de la selva, una pasividad popular espantosa, un racismo recalcitrante, un clasismo deprimente y una administración del estado que se asemejaba más a la de un pequeño abastecedor rural. Pero nadie quiere vivir ahí, sino en la Costa Rica imaginaria donde presumiblemente todos éramos descendientes directos de un bondadoso Europeo, amantes de la democracia, constructores de majestuosas ciudades, promotores de la paz y sabios conservacionistas de los recursos naturales desde que Cristóbal Colón llegó a maravillarse con las riquezas de nuestras costas.

Personalmente prefiero vivir en el futuro, con robots y naves espaciales. No me interesa volver a ninguna época ni a ninguna parte. Nunca hubo un tiempo mejor que este ni uno más importante ni siquiera uno tentativo, que fuera relevante. Al final, la historia sirve para mantener la ilusión de que los seres humanos somos esenciales, que sin nosotros el planeta no tendría sentido. Qué sería de todos estos parajes solitarios sin nuestra intervención, guiada por la mano de diversos dioses? La historia nos ayuda a sentirnos menos microscópicos en el gran esquema de las cosas. Cuando nos dicen que la tierra donde estamos parados tiene 4.53 billones de años nos encogemos de hombros colectivamente, pero el país vecino corre la frontera cien metros en un libro de texto, y a ver la que se arma.

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