machista – Los Superdemokraticos http://superdemokraticos.com Mon, 03 Sep 2018 09:57:01 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9.8 Cicatrices http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/narben/ http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/narben/#comments Thu, 29 Jul 2010 15:00:13 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=550 Una cosa es ser varón. Y otra es ser hombre

Vida / Canción de Rubén Blades

Pertenezco a esa estadística axiomática del ciento por ciento de personas que nace de una mujer. Aparte de esa totalidad escandalosa y obvia, entro en un rango indescifrable pero evidente en América Latina: el de los hijos de madres solteras. Esto quiere decir que si soy, además, machista y egocéntrico, la culpa –o esa responsabilidad virtuosa– le corresponde a la mujer que me crió. La misma que me parió. Palabra clave: moda. Tengo la mitad de mi vida, o un poco más, preocupándome por las mismas cosas: el fútbol, la noche y su fiesta, el dominó, y las mujeres, en plural. Ahora también me ocupo del lenguaje y la ficción, pero estoy seguro que se trata de algo pasajero, un mal menor de mi juventud que todavía no termina.

De pequeño me esforzaba por escupir más lejos que el resto, por saltar más alto, pegar más fuerte y correr más rápido. Era simple y divertido, tomaba riesgos sin reparar en las cicatrices; al contrario, cada marca era una estrella y tales estrellas valían favores, helados, sueños y leyendas propias.

La primera de ellas llegó mientras aprendía a caminar. Pegué la boca de la esquina de una mesa de noche y con el resbalón se me fueron el buen humor y la memoria. Mi madre me cargó en sus brazos; el resto lo hicieron un caramelo y dos puntos de sutura perfectos.

La segunda cicatriz es la mejor, parece un alacrán boca arriba y aún se puede palpar sobre uno de mis tobillos, en la pierna izquierda. Me abrí la piel con una lata de zinc en unos carnavales, y, dos mujeres, mi madre y su amiga, casi se desmayan del susto al ver la mezcla pastosa que formaban la sangre y la grasa. Desde entonces pasé de ser un gordito de cuatro años, a un gordito de cuatro años que rebosaba de orgullo.

Antes de los diez, por fin me pude romper la frente. Estaba en casa de mis tíos jugando a patinar descalzo sobre el agua. La pirueta que comenzó siendo exigente se transformó en aparatosa. Cuando levanté la cara del piso para revisar la puntuación que me darían los otros niños, noté con sorpresa el espanto en sus rostros: fueron nueve puntadas en diagonal que mis primas trataron de borrar sin éxito, con cariños y velas, antes de contarle a mi madre por el hilo telefónico. Su grito de preocupación desde el otro lado, a nueve horas de carretera, no hizo sino reforzar lo que ya sabía. Mi tío me lo dijo engreído, si tienes una marca entre el cráneo y la barbilla, no te preocupes y saca el pecho, ya comenzaste a ser un hombre. Si tienes dos, como tú, podrás ser incluso un hombre prometedor.

Mi última lesión visible es en el brazo derecho, soy puro equilibrio. Fue en una pelea y apenas tenía doce años. Bueno, casi trece. La pelea comenzó porque defendí a un muchacho más pequeño para agradarle a una chica que estaba de visita, la misma que me envolvió la cortada profunda de seis centímetros con papel de baño y me acompañó hasta mi casa, para avisarle a mi madre. Salí con la estampa del valiente, un héroe herido en batalla, me sentía realizado. Además, me quedó un keloide, ese término que se utiliza para reducir el ya escaso valor estético que puede tener una cicatriz a mucho menos que una anécdota grotesca.

A partir de entonces aprendí otras cosas sobre la hombría que poco tienen que ver con las heridas y sus consecuentes –y a veces inmediatos– cuidados femeninos. Amo a las mujeres, como al fútbol, la noche, la fiesta, el dominó y, temporalmente, a la literatura y sus frases-trampa. Pero sobre todo amo ser hombre por otras dos razones. Creo que solo siendo hombre puedo valorar en su justa dimensión el surco que me dejó en el alma la muerte de mi madre, mi madre soltera, y todo lo que ella trató de enseñarme sobre el peso, la importancia, el valor y el coraje de las mujeres: tan sensoriales, tan inteligentes, tan sensitivas, tan delicadas, tan fuertes y también tan frágiles. Por ser mujer quizás no habría tenido menos cicatrices, es verdad, pero seguro habría disfrutado menos de ellas y hasta habría tratado de ocultarlas.

Soy de los que piensa que con cada nuevo dolor reaparece el miedo, y el trauma que me provocó la partida de mi madre solo podía ser curado por otra mujer, mi hija. Esa es la segunda razón: después del miedo sobreviene el placer y tu memoria cambia. Por supuesto, la vanidad de mis heridas fue perdiendo sentido con el paso del tiempo y ahora ese espacio lo han ganado la curiosidad, las metáforas, el aprendizaje y el amor en sus múltiples formas.

Ser madre te permite. ¿Qué voy a saber lo que te permite ser madre? Ser hombre te permite enamorarte de tu madre y de tu hija, en caso de que las tengas o las hayas tenido. Eso no es tan poca cosa y me parece suficiente motivo para no desaprovechar la dicha que me ha dado la conciencia masculina, hasta que me toque ser mujer, en otra improbable vida, y empiece a nacer con la cicatriz que me produzca el nacimiento de cada uno de mis hijos.

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