Joyce – Los Superdemokraticos http://superdemokraticos.com Mon, 03 Sep 2018 09:57:01 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9.8 Palabras como piedras http://superdemokraticos.com/es/laender/mexiko/worte-als-steine/ Thu, 20 Oct 2011 08:51:55 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=5302 Cuando estudiaba Letras Españolas en la universidad, una batalla recurrente en nuestras aulas nos separaba en dos bandos que defendíamos posturas que creíamos irreconciliables. En un lado nos atrincherábamos los que defendíamos el arte por el arte, protegidos en nuestra torre de cristal, o al menos eso creíamos, desde la que juzgábamos la impureza de los contrincantes. En el otro extremo, desde la supuesta suciedad de la calle, los defensores del arte comprometido nos tiraban piedras dialécticas, acusándonos de frívolos. Esto sucedía a finales de los años noventas y no en los setentas, como podría pensarse, lo cual demuestra la larga vida, al menos en América Latina, de esta confrontación.

Los soldados del arte por el arte decíamos leer a Proust, a Joyce, a Kafka, y nos regodeábamos en el ejercicio masturbatorio de la metaliteratura, entonces tan de moda en las letras hispánicas. Es cierto que aquellos eran tiempos menos convulsos que los actuales, estábamos intentando constatar el dictamen sobre el supuesto final de la historia, y el mundo todavía no había dado sus dos vuelcos más recientes para amenazar con echarse a perder de nuevo: la guerra al terrorismo y la crisis fabricada por las entidades financieras. En el contexto local, a los mexicanos nos vino un vuelco adicional: nuestra realidad comenzó a descomponerse de manera aceleradísima por culpa de la guerra al narcotráfico.

En este nuevo escenario poco esperanzador, muchas veces me he encontrado repensando mis posturas, mis ideas, y recordando aquellas combativas mañanas universitarias, para llegar a la conclusión de que se trataba de un falso planteamiento. En el verdadero arte, en la verdadera literatura, no hay tal confrontación. El arte, por una parte, se basta a sí mismo, no necesita más, pero al mismo tiempo ocurre e incide en la sociedad que lo vio nacer: todo arte es político.
¿Pero qué es el verdadero arte, la verdadera literatura? La esencia de la verdadera literatura son las palabras, superando la distinición que nos sugirió Sartre entre palabras-cosas – propias de la poesía, de acuerdo con él – y palabras-signos – propias de la narrativa. Las palabras no son solo significados al servicio del mejor orador, del más hábil redactor de paradójas y sofismas. El compromiso del escritor es recuperar las palabras como cosas, sin distinción de géneros literarios. La narrativa también debería ser un espacio donde las palabras se reinventen y renazcan, un lugar que las salve del vacío de sentido al que las ha condenado su uso cotidiano, el haber servido muchas veces como armas para la manipulación.

Hay que volver a los diccionarios, ir a la calle a hablar con la gente, escuchar con infinita atención, estudiar etimología y dar cariño a nuestros filólogos. Hay que aprender nuestras palabras como si fuera la primera vez, volver a entenderlas y transformarlas, insuflarles nueva vida. Hay que ir a tocar a la puerta de quienes las han estado traicionando todos estos años, quienes han hecho del discurso un descrédito, quienes han propagado en la sociedad tanto dolor que la sociedad acaba pidiendo “hechos, no palabras”. Hay que decirles: No. El compromiso del escritor es demostrarle a la gente que las palabras no apestan, que es tan solo el mal aliento de algunos personajes que las pervierten.

Palabras como cosas. Palabras como piedras, que pueden servir de advertencia para disuadir a quienes intentan torcerlas y traicionarlas, pero también, al mismo tiempo, pueden ser la materia con la que se deja un rastro y se construye un camino – como en los cuentos infantiles: una manera de volver a casa.

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El blues de la globalidad http://superdemokraticos.com/es/themen/globalisierung/der-blues-der-globalitat/ http://superdemokraticos.com/es/themen/globalisierung/der-blues-der-globalitat/#comments Tue, 05 Oct 2010 15:00:39 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=2394 Soy un obsesivo compulsivo. Así como el adicto a la coca dedica la mitad de su vida a mangar comprar conseguir cocaína, yo invierto la misma cantidad de tiempo en bajar música. Sufro síndromes de abstinencia terribles. Y padezco las angustias del “completista”, no encuentro paz hasta no descargar discografías completas de grupos que ya a nadie le interesan. Sumemos a lo anterior que además colecciono discos originales. Existen álbums que me roban el sueño. No me conformo con la música. Necesito el booklet: el art, es decir: la leyenda. Por improbable que esta sea.

Recuerdo cuando el cd llegó a mi ciudad (1989). Babeaba ante el aparador de la tienda de discos frente al Delicate Sound of Thunder de Pink Floyd. Confieso que el formato me era indiferente, yo ansiaba el contenido. Era conservador y quisquilloso. Y lo fui durante un tiempo, hasta que la descarga gratis me mostró el confort y la música para volar. Parafraseando al filósofo español Eugenio Trías: no hay más rey ni más ley ni más dios que el maldito Internet. Recuerdo la lucha entre apocalípticos e integrados que suscitó el debut del compact disc. Los puritanos se inclinaron por el Lp, los vanguardistas por la nueva presentación. Innumerables apologías y descalificaciones se presentaron. Yo me compré el casete, adoraba hacer mix tapes (tal vez sean los culpables de mi vocación de escritor) tenía once años, cursaba sexto de primaría, no podía pagarme un sistema de sonido que reprodujera “compacs”.

El Lp y el casete se convirtieron en novias del olvido y se estableció el reinado del cd. Sin embargo, se presentó el mismo problema con los anteriores formatos. Algunos discos eran inconseguibles. Así transcurrió más de una década. Entonces dios padre Internet se hizo accesible y nuestro estatus fue transformado primero por las compras en línea y después por la descarga gratuita. Durante un tiempo fui suculenta víctima de Amazon, Ebay, Cd now, Volver, etc. Aún lo soy, aunque en menor medida.

Entonces comencé a descargar música. Cuántos sentimientos encontrados, cuántas satisfacciones y desilusiones me ha traído esta práctica. No pocos temieron caer a la cárcel, como sucedió en Estados Unidos por atentar contra los desechos de autor. Pero no toda la música está en los cables como aseguraba Cerati. Hoy en día sufro de incontables migrañas gracias a que no puedo encontrar toda la música que deseo en la red. A pesar de que bajo de páginas como: Taringa, Bolachas, Emule, Isohunt, entre otras, no consigo todo lo que quiero, por ejemplo: discos de una banda chilena llamada Ex.

Es eficaz descargar de páginas que almacenan links, pero como en estas abundan los links caídos, tengo que recurrir a la música almacenada en otras computadoras. Llevo meses rezando que un usuario que tiene un disco de Wilco se conecte. Pero San Juditas todavía no me hace el milagro. ¿Existe San Internet? Todo el día pienso en por qué no se conectará este cabrón. Qué hace. ¿Estará acostándose con mujeres? ¿Por eso está tan ocupado? Por su nombre de usuario sé que vive en Chicago. Le mando mensajes a través de la página de descargas y no contesta. No puedo evitar recrear su vida. Visito páginas, foros, blogs, que arrojen un dato sobre su mail. A través de Google Earth recreo la ciudad como Joyce recorrió Dublín con su libro, lo espío, lo he visto cagar, pero no se me ha hecho que se siente frente a la computadora y encienda su lap top el tiempo suficiente para bajar el disco. Y así me pasa con tipos de todo el mundo.

Cada mañana despierto con una sola idea en la cabeza. Asistir a una sesión de Alcohólicos Anónimo, subir a la tribuna y decir con un café y un cigarro en la mano: Buenas noches, mi nombre es Carlos Velázquez y soy adicto a descargar música.

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