amistad – Los Superdemokraticos http://superdemokraticos.com Mon, 03 Sep 2018 09:57:01 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9.8 Mi verano increíble http://superdemokraticos.com/es/laender/deutschland/mein-unglaublichster-sommer/ http://superdemokraticos.com/es/laender/deutschland/mein-unglaublichster-sommer/#comments Fri, 05 Nov 2010 11:28:28 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=3154 El trabajo de traducción más difícil ocurre en este momento. Esto lo entiendo recién ahora, en este instante que estoy frente a esta página de word en blanco y quiero contarles a ustedes sobre mi experiencia como traductora de Los Superdemokraticos en los últimos meses.

El hecho de escribir en si, implica ya un trabajo de traducción: el texto como un eco evocativo de otra cosa, tal vez de las vivencias, las impresiones, las huellas o como quieran llamarse. En el caso de tratarse de otro idioma, la traducción sería el intento de provocar en esa otra lengua ese eco de nuevo. Así al menos definió una vez Walter Benjamin el trabajo del traductor.

¿Cómo traducir algo que en realidad es inconcebible? Que yo misma hasta no hace mucho habría calificado de imposible, que por lo menos me resultaba totalmente desconocido.

Me gustaría traducir y comunicar algo en palabras que cuenten lo que me ha ocurrido en los últimos meses. Lo quiero hacer hace rato -pero la traducción no quiere todavía. Las palabras caen en tropiezos, en dudas, se vuelven desconfiadas, se asoman a los labios, pero se vuelven atrás, inseguras. Me fruncen la traquea, se quedan como un nudo en la garganta. Entonces quieren salir todas a un tiempo y se aglomeran en mi lengua y desaparecen sorpresivamente de nuevo, cuando una vuelve a respirar profundamente una vez más.

Para decirlo sincera y abiertamente: Los Superdemokraticos poco a poco se quedaron atrás, como muchas cosas de mi vida „normal“ en este verano. Si pienso en los últimos cuatro meses los Superdemokraticos se desvanecen lentamente, como lo hacen algunas piezas musicales, y al mismo tiempo se hacen visibles como un ancla. Como un ancla en mi mundo conocido, en la vida cotidiana – que en realidad no existió por semanas.

En lugar de eso se produjo un estado de excepción. La consecuencias de la violencia ritual y la tortura sistemática y el intento de romper con ese mundo oscuro.

Y una persona que ha vivido todo eso, que lo ha sobrevivido. Cuando una entra en contacto con el tema por primera vez „y una misma no lo ha vivido, entonces una no tiene nada a su disposición”, dice Monika Veith, terapeuta especializada en traumas, en una entrevista sobre su propia experiencia inicial en su trabajo con sobrevivientes de violencia ritual en Alemania y me regala las palabras, que yo misma no encuentro o encuentro a medias.

Encontrar una forma de relacionarme con algo para lo cual no tenía nada a mi dispoción en mi propia memoria, en eso consistió una gran parte de mi verano. Ahí sólo me quedó la intuición, experimentar, armarme de valor y saltar al agua fría desde el trampolín. Enfrentarme al miedo y al terror, pero tambíen percibir límites y sobre todo confiar, para luego poder darme cuenta en el camino cuantos parentescos sí podía haber, cuantas cosas bellas sí podíamos crear y compartir y cuanto puede una superarse en conjunto y por si misma.

Eso me recuerda a Ingeborg Bachmann, mi madrina este verano en muchos sentidos. „en el juego de contrarios entre lo posible y lo imposible acrecentamos nuestras opciones. El que provoquemos esa relación de tensión donde crecemos, se trata de eso en mi opinión. De que nos orientemos según un objetivo, que se aleje, naturalmente, una vez más cuando nos hayamos acercado.“, escribió esa escritora inteligente en su ponencia „La Verdad es exigible a las personas“, un texto que no me ha soltado desde que lo leí hace muchos años.

La tortura sistemática y la impunidad son algo que aquí generalmente se asocia con Latinoamérica y otros lejanos continentes. Pero está a nuestra puerta y los y las ejecutoras de violencia ritual disfrutan aquí prácticamente de total impunidad, eso sí nadie parece saber que existe.

Así, oigo de una vez el silencio, percibo de golpe ese inmenso desapercibido y no sé que hacer, ¿a dónde con ello?

No obstante: No todo fue terror. Así que no quiero prescindir de este verano.

„Y quién“. sigue Ingeborg Bachmann, „sino aquellos entre ustedes, quienes cargan con un pesado destino pueden atestiguar mejor, que nuestra fuerza llega más lejos que nuestra desgracia, que aun privado de mucho uno es capaz de levantarse , y que uno puede vivir desilusionado y eso quiere decir sin ilusión.“

Enlaces al tema violencia ritual:

Renate Rennebach-Stiftung

Vielfalt-Info

Michaela Huber

Claudia Fliss

Vater unser in der Hölle

]]>
http://superdemokraticos.com/es/laender/deutschland/mein-unglaublichster-sommer/feed/ 4
Feliz viaje http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/gute-reise/ Fri, 10 Sep 2010 05:42:10 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=1778 A Martha, y a Pedro Navaja

Uno

Me acaba de llamar, hace dos horas, un amigo de mi padre que vive en Brasil. No lo conozco. Estuvo una semana en Venezuela con su esposa. Ya se marchan. El avión debe despegar pronto. Recibieron tantas informaciones negativas sobre Caracas, sus asaltos y asesinatos, que no quisieron correr el riesgo de conocer la ciudad sin un guía. Saltaron del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía al Terminal Nacional, y de allí a la Isla de Margarita. Y de allí, nuevamente al aeropuerto, y al otro, desde donde recibí la extraña llamada de mucho-gusto-y-despedida. Yo los hubiese amenazado con una aventura de fuentes, bares, diversas formas del transporte público, centro, bulevares, gastronomía local, quizá algún parque y, por supuesto, buenos amigos, algo que continúa siendo, con todo y sus fugas, lo mejor de este lugar.

Dos

La primera vez que me atracaron en Caracas fue un sábado de 1998, en la que muchos suponen la avenida más segura del municipio más seguro, la Luis Roche de Chacao. 9:00 p.m. No pude ver el arma, pues no había. En cambio sí me fijé y muy bien en el rostro y la contextura del criminal: habría apostado por él con los ojos cerrados en una batalla cuerpo a cuerpo, pero mi novia de entonces –rubia, menuda y divertida– no opinó lo mismo, así que me obligó a correr detrás del mastodonte, a quien insultó profusamente mientras yo intentaba, en vano, decirle que se calmara con una mano oculta en la parte baja de mi espalda. Nunca como entonces me sentí tan farsante, tan ridículo. Pero lo hice. Corrí –lo exacto sería escribir troté– detrás del criminal y luego de una cuadra, reduje mi velocidad a límites casi absurdos. Sólo atinaba a preguntarme cómo alguien que corría tan lento, se arriesgaba a robar a otros sin siquiera una pistola. Qué peligro. Con certeza, la necesidad tiene cara de perro.

La siguiente ocasión, veintidós días después, un domingo a las 8:00 p.m., tomé por la espalda al ratero que le arrancó la cadena a la misma novia rubia, menuda y ya no tan divertida, solo para evitar que ella me arrancara a mí el orgullo con otra sarta de críticas en torno a mi supuestas valentía y fortaleza, y ni hablar de mi velocidad, que desde hacía tres semanas había quedado muy en entredicho. Los platos rotos los pagaron la cara del nuevo ladrón y mi mano derecha, que terminó como un jamón serrano, pero con más jugo. El lugar: una avenida que se supone peligrosa en un municipio grandote y popular: la Baralt de la Libertador. El ratero estaba con otros dos sujetos y a mí me acompañaba un amigo, pero como a esa hora el caos confunde, lo que comenzó siendo un atraco frustrado terminó en una pelea comunal repleta de curiosos, que mi amigo y yo pudimos divisar desde la barrera, mientras nos alejábamos rumbo al Metro. Eso sí, sin la cadena, y pensando en que la culpa no la había tenido del todo el ladrón, pobre, sino mi novia. O su carácter. O esa crianza que le dieron.

Pasaron nueve años, y un mediodía soleado de un viernes, luego de prepararme para viajar con otra novia, a dos cuadras de uno de los centros comerciales más visitados por los caraqueños, en una urbanización de clase media y en un municipio mitad burgués, mitad pueblo pobre, El Tolón, en Las Mercedes, Baruta, me encaró un malandro con un yeso en el brazo que se había bajado de una moto que conducía otro. El otro esperaba. Ambos estaban armados. Yo cargaba dos bolsos. Uno grande de mano, con ropa, tres libros y una cámara de fotografía digital donde había imágenes comprometedoras en alta resolución. El otro pequeño, un morral, en el que estaba mi laptop.

No pregunté. Dije, claramente: –Lo que quieras.

Él fue contundente: ­–Lo quiero todo.

Bien, manejo el código, pensé, pero me contradije: –Te puedo dar el bolso grande, aquí en el otro tengo mi material de trabajo. (Pensamiento inmediato al margen de la acción: “¿Material de trabajo? ¿Qué te pasa, Leo Felipe?”).

–¿Qué tienes ahí? –preguntó.

–Tengo mi laptop.

–Ok.

Yo como si estuviera imprimiendo un documento en alguna oficina. Aparenté soltura y cansancio, esos componentes de la costumbre. Le entregué el bolso grande, saqué mi cartera del bolsillo y abriéndola, cogí todo el dinero que había y me envalentoné, le dije: –Te entrego el dinero, porque si te doy las tarjetas las voy a bloquear en diez minutos.

Me respondió moviendo el arma y cerrando un poco los ojos: –Apúrate, mamagüevo, yo no estoy haciendo negocios contigo. Dame los reales ya o te dejo pegao.

¿La verdad? Me sentí insultado, pero no furioso. Yo estaba haciendo las cosas bien, rápido, fui limpio y seco. No me gustó que me tratara de esa manera, que todavía insisto en calificar de injusta, sólo para demostrar quién tenía el poder en ese momento. Me dolió. Y se lo hice saber con una pregunta retórica, en tono bajo y reflexivo, con ambas manos a los lados de mi pecho:

–¿Qué pasa, vale?

Le di los billetes que había en la cartera, menos uno, y puse esa expresión de novio de telenovela al que acaban de dejar plantado. Ellos se fueron. Yo tomé mi morral y palpé la computadora. Saqué del otro bolsillo trasero una cantidad menor de dinero que siempre guardo allí por si acaso me roban. Y caminé, impotente pero hinchadote, directo a comerme una arepa que pagaría con mi tarjeta de débito por puro capricho. Cuando uno crece tiene que aprender a negociar, no todo se resuelve con violencia. Sobre las fotos, tuve que emplearme a fondo para sacar otras mejores porque nunca más volví a saber de ellas, pero me siento preparado para defender mis derechos de autor en una posible demanda.

Tres

Cuando el amigo de mi padre colgó el teléfono, recordé estos tres robos que me ha tocado sobrellevar. En 22 años que tengo viviendo en la puta Caracas, tampoco es que sea un average para desmayarse. Me hubiese gustado decirle que aunque las historias que le dijeron pueden ser ciertas, la realidad de esta ciudad no dista mucho de la que se vive en Río de Janeiro, por ejemplo, donde se celebrarán los próximos Juegos Olímpicos y la gente se ríe y baila y es encantadora y también roban autos y hay reglamentos informales que están por encima de las leyes y hay embarazos precoces y borrachos y un exceso de músicos y poetas y asesinatos y elecciones y otros sinónimos indiscutibles. Pero era lunes, venía de inscribir a mi hija en un preescolar, estaba almorzando tarde, acababa de tener sexo y fue maravilloso y todavía tenía que tomar un mototaxi hasta una oficina preindustrial con vista panorámica, reunirme, redactar la presentación de un proyecto editorial para 2011 que no podrá llevarse a cabo por falta de recursos, tomarme un té con un amigo músico que está de visita y se va mañana a su ciudad, suspender un encuentro de cervezas con una antigua jefa y regresar a mi casa a trabajar en un reportaje en formato libro que debo entregar en quince días y no estará completo. Así que creo que lo mejor fue lo que le dije: Feliz viaje. Porque hay cosas que es mejor vivirlas que escucharlas.

Übersetzung:

Barbara Buxbaum

]]>