Liliana Lara – Los Superdemokraticos http://superdemokraticos.com Mon, 03 Sep 2018 09:57:01 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9.8 El otoño en Pekín http://superdemokraticos.com/es/laender/venezuela/herbst-in-peking/ http://superdemokraticos.com/es/laender/venezuela/herbst-in-peking/#comments Mon, 25 Jun 2012 09:45:14 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=6441 Siempre viví lejos del mundo. Un pueblo perdido en un país perdido en el que las librerías estaban llenas de útiles escolares, revistas de moda y tal vez algún bestseller. Una vez, por equivocación, llegó a una de esas librerías “El otoño en Pekín” de Boris Vian. Mi papá lo compró inmediatamente. Lo trajo a casa como si fuese una rareza. Era en realidad una rareza doble: por un lado se trata de una novela tan estrafalaria que ningún editor mojigato y pesetero hubiese publicado en estos días; por otro lado, me es imposible imaginar que enrevesada confusión llevó ese libro a aquellas vitrinas repletas de sacapuntas, colores, cuadernos, Stephen King y Hello Kitty. Yo me maravillé con aquellas páginas y me fui junto al protagonista en un autobús absurdo, a ese otoño inexistente y sin Pekín.

Nada había en las bibliotecas de aquel borde del universo más que libros a punto de volverse polvo. Reliquias antiquísimas que se iban llenando de comejenes. Eran buenos libros, sí, pero ninguno superaba la fecha de fundación de la biblioteca. Nada era nuevo, como si la literatura fuese cosa de otros tiempos.

Ahora vivo en otro borde. En un país en el que se habla una lengua diferente a la mía. Hay libros por todas partes a los que yo no tuve acceso hasta que no domé este alfabeto cuadriculado. Y aún así, sigo prefiriendo leer en alguna lengua de alfabeto latino. Todavía hoy no tengo acceso a esos libros porque no he “domado” a la economía. Vivo en un borde económico en el que no puedo comprar todos los libros que quiero leer.

Por todas estas razones, pocas veces he comprado libros. Mi biblioteca invisible esta compuesta por préstamos y robos. Antes estaba llena de fotocopias. Ahora son PDF legales o ilegales que merodean por el ciberespacio. O libros que tomo en préstamo de una espléndida biblioteca pública en la que estoy registrada y de la que soy adicta. Conmigo las editoriales y los escritores sólo ganan una lectora. Fanática, apasionada, adoradora, pero que no retribuye económicamente a nadie. Pero un lector más, ¿a quién le interesa? Tal como están las cosas, poco importa captar lectores, lo que interesa son compradores. Hace unos meses hubo un escándalo en la prensa de habla hispana debido a que una escritora española de cierta fama se quejó públicamente de que su libro había sido “bajado” de Internet de manera ilegal muchas más veces de lo que había sido comprado. Las reacciones no se hicieron esperar, pero yo suscribo la de aquellos que señalaron la poca importancia que le dio dicha escritora a la cantidad de lectores que la leyeron y que de otra manera no lo hubiesen hecho.

Porque da posibilidades de leer a quienes de una manera u otra no la tienen, yo alabo el flujo de información a la que se puede tener acceso desde cualquier borde, baste tener un cable conectado a la red. Si no fuese por ese fluir de la cultura a través de sitios sin fines de lucro, pero también a través de páginas ilegales, yo casi no leería. No podría comprar más que un libro o dos. Si no fuese por un amigo “robinhood” literario, yo no estaría al tanto de nada. Si no fuese por esa biblioteca o aquella otra, yo seguiría lejos del mundo. Pero que yo me acerque al mundo a nadie interesa. No representa una ganancia ni para unos, ni para otros.

Y mejor no hablemos de música. Mientras escribo escucho una banda llamada Chinawoman de la que nunca hubiese tenido noticias sino es porque alguien la puso en su muro de Facebook y yo pude seguir escuchándola a través de alguno de los pasadizos de la red.

A través de esos pasadizos me voy a ese otoño y a ese Pekín que fueron una rareza en aquel pueblo perdido de aquel país perdido en el que viví gran parte de mi vida.

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Murallas adentro, murallas afuera http://superdemokraticos.com/es/laender/israel/innere-mauern-ausere-mauern/ http://superdemokraticos.com/es/laender/israel/innere-mauern-ausere-mauern/#comments Wed, 13 Jul 2011 22:52:26 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=4501

Jerusalén es una ciudad amurallada: están las arcaicas murallas que rodean a la ciudad vieja; y más allá, en la parte más moderna, está el muro que separa a judíos de palestinos. Un muro que se dice fue construido por razones de seguridad, como todo muro desde la más remota antigüedad, pero que es la efectivización de la intolerancia. Como todo muro, a fin de cuentas. Desde sus miradores, Jerusalén parece un mosaico de murallas de piedra antigua o de hormigón recién hecho.

Luego están las otras murallas, se sabe, esas que no se ven, pero que el transeúnte presiente al encontrarse en medio de miradas de reprobación, o de carteles que prohíben el paso en shabat o que sólo permiten entrar a quien vaya vestido de manera discreta, o que separan entre hombres y mujeres, entre religiosos y agnósticos, entre religiones, entre diversas versiones del cristianismo o del judaísmo, etc. Las murallas que no se ven siempre me han parecido las más terribles. Uno no puede hacer una manifestación en contra de una mirada reprobatoria, un arrugar la nariz, unas leyes que no están escritas pero que son conocidas por todos. Son murallas que la gente lleva por dentro, que le impiden aceptar al otro, y que se manifiestan en muecas, malas caras, intransigencias. Muecas que finalmente instauran realidades.

La convivencia no es fácil cuando se está ante tantas murallas adentro y murallas afuera. Fanatismos de un lado y de otro. Injusticias en todas partes. Hace algún tiempo en una clase de historia que cursé una simple discusión por cualquier cosa terminó en un escándalo en el que una chica ultra derechista le gritaba a un estudiante árabe que se fuera, refiriéndose, por supuesto, no a que abandonase el salón de clases, sino el país. Y dirigiéndose, claro está, no a él sino al grupo por él representado. Vete tú – le contestó el estudiante, serio e incólume. Desde entonces en aquella clase surgió otra de esas murallas impalpables. Quienes aborrecimos la actitud de la ultraderechista nos sentamos cerca del estudiante árabe. Una forma física de decirle que estábamos de su lado. Y, por supuesto, la derechista fue rodeada por quienes le aplaudían la hazaña.

Aunque existen muchos proyectos de convivencia, incluso exitosos, anécdotas cotidianas como la que acabo de contar erigen murallas inquebrantables.

La convivencia no es fácil, además, porque hay murallas dentro de murallas: el escritor israelí Amos Oz decidió enviarle su autobiografía titulada “Historia de amor y oscuridad” a Marwan Barguti para que a través de la literatura el líder palestino conociese el sufrimiento por el que ha pasado el pueblo judío. Esto fue criticado tanto por derechistas como por izquierdistas. Oz fue recriminado también por judíos de origen medioriental porque la historia que narra ese libro es la historia de los judíos de origen europeo y no la de ellos.

Yo creo que la literatura salva porque permite mirar la vida desde otras perspectivas, más allá de nuestras narices, y creo que gestos como el de Oz sí tienen muchísimo valor. Ojalá leamos a los otros y seamos leídos por ellos.

A mi esas murallas dentro de murallas que no están regidas por códigos escritos ni hechas de hormigón o concreto son las que más me preocupan porque no se pueden demoler tan fácilmente. Las veo agrandarse en este país en el que vivo, pero también en el país en el que nací. Venezuela vive una realidad polarizada y a nadie le interesa buscar un camino para la convivencia. De hecho, la palabra convivencia repugna tanto a los que tienen el poder como a los que se le oponen. Ciudades como Caracas se van moldeando según un mapa secreto que divide a la gente. Murallas que tienen que ver con la violencia, pero también con la negación del otro. El otro – sea quien sea, esté donde esté – está equivocado, hay que callarlo, no escucharlo, amurallarlo. Todo lo que hace el otro es un montaje o una farsa. Nada de lo que diga está bien porque no es parte del nosotros.
Así Chávez, con su remedo socialista. Así la mayoría de los que se le oponen, con su poco respeto e interés por los grupos menos favorecidos.

Toda muralla está bordada por los hilos del fanatismo. Las físicas, al menos, movilizan las ganas de derrumbarlas. Las intangibles, por lo visto, se esconden traicioneramente entre los velos de los nacionalismos, las religiones o el exceso de poder.

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En un café de Berlín están mis palabras alemanas http://superdemokraticos.com/es/themen/globalisierung/meine-deutschen-worte-in-einem-cafe-in-berlin/ Thu, 07 Oct 2010 06:00:37 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=2339 Me imagino que en un café de Berlín alguien deja olvidado un periódico (¿o es una revista?, me perdonarán, pero soy despistada!) sobre una mesa. La mesonera, antes de botarlo a la basura, lo mira displicentemente. Está cansada: tantas tazas por recoger, ceniceros por vaciar. Aún así le llama la atención un título que habla de muñecas negras o de amargos de Angostura. Ve mi nombre allí, le suena gracioso. ¿Lara no es acaso un nombre ruso? – piensa antes de leer mi artículo. Lo lee rápidamente, una lectura vertiginosa para que nadie vea que está leyendo en lugar de limpiar mesas. Se ríe un poquito. Finalmente bota la revista (¿o es un periódico?) y allí quedan mis palabras traducidas a la lengua de Goethe, llenándose de colillas, restos de pan, gotas de café en el fondo de un gran recolector de basura. Bueno, probablemente clasifiquen los residuos, y entonces mis letras estarán entre servilletas usadas, otros periódicos, postales rotas. Mientras tanto yo, del otro lado del mundo, soy inmensamente feliz porque la fortuna ha permitido que haya sido escogida para participar en un proyecto multicultural, global, transnacional, internético, que ha hecho posible que mis palabras sean leídas mucho más allá de mi propia lengua. Cuando tenía 15 años, tal vez 16, leí Retrato de grupo con señora de Heinrich Böll y decidí que era mi escritor favorito a pesar de haber leído sólo ese libro (A los 15 años toda opinión es categórica y no necesita que se le den muchas vueltas). Desde entonces las calles alemanas se instalaron en mi imaginación y ciertos nombres, algunas flores y una sintaxis germana traducida. Leerme, o creer que me leía en la lengua de Böll ha sido una experiencia alucinante.

Este proyecto internético, global y plural ha hecho posible también que mis escritos, aún en mi propia lengua, puedan ser leídos mucho más allá de lo inmediato y por personas muy diferentes y distantes. Del mismo modo que ha hecho posible que yo pueda leer a magníficos autores latinoamericanos desconocidos por mí. La jovial Tilsa, la ultra poética Lena, la intelectual Lizabel., la apasionada María. Los chicos, !ni hablar! Mi compatriota Leo Felipe Campos es una “joyita”, soy su fan declarada. Muchos pensadores que estudian migraciones, exilios, movimientos, errancias, identidades y demás yerbas han afirmado que la lengua es la patria y este espacio ha demostrado como 15 personas tan disímiles no necesitan traducciones entre sí porque vienen de esa misma lengua que se ramifica y se llena de colores, pero que en el fondo es una. Nunca me ha gustado hablar de Latinoamérica como una unidad, pero hay ciertas cosas que cuando estamos lejos percibimos como unificadoras. Leo a estos autores latinoamericanos y los entiendo con una comprensión que va mucho más allá de las palabras. Porque esa lengua cósmica que nos articula va más allá de sus propios vocablos. A mí, que vivo el exilio lingüístico día a día, no me queda ninguna duda.

Otra de las maravillas que se han dado en este espacio ha sido la posibilidad de leer a alemanes de mi misma generación. Böll está muy bien, pero leer la lengua bellamente descolocada de René Hamann o la elegancia de Emma Braslavsky ha sido un gran placer. Leerlos a todos ha sido como caminar por las calles (¿empedradas?) de alguna ciudad alemana en este mismo instante. Leer los textos de los cinco autores alemanes que participan en este espacio ha sido leer literatura alemana contemporánea, cosa tan difícil para mí que no hablo la lengua y no dispongo de medios para acceder a las traducciones ( en caso de que existan). Hay un pulso debajo de tan disímiles autores que se siente también como una fina trama y que de algún modo me ha permitido a mí como lectora entender a una generación de alemanes de la que no sabía nada. Los hilos de esa trama encuentran similitudes en los hilos de mi propia trama. Estamos tejidos con hilos invisibles y sólo este espacio ha hecho posible percibirlos. Estamos “enredados” por la red, la globalización, la generación o como quiera llamársele a eso que me hace entenderlos, traductores mediante, pero mucho más allá del referente inmediato al que aluden las palabras.

Agradezco a Rery Maldonado y a Nikola Richter por haber tenido la idea de juntarnos a todos con ese hilo ovillado por sus sueños. En un café de Berlín están mis palabras alemanas gracias a ellas. En un lugar del éter ciberespacial está mi voz. En un lugar de ese cronotopo cero nos hemos encontrado.

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La literatura mundializada, en 3 puntos http://superdemokraticos.com/es/themen/globalisierung/die-mundialisierte-literatur-in-3-punkten/ http://superdemokraticos.com/es/themen/globalisierung/die-mundialisierte-literatur-in-3-punkten/#comments Fri, 17 Sep 2010 07:10:26 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=1930 0.- Mundialización.

  • Prefiero el término “mundialización” que propone el brasilero Renato Ortiz para referirse a la globalización que ocurre a nivel cultural. Porque, convengamos, una cosa son las transnacionales o los aeropuertos, y otra muy diferente las apropiaciones de lo foráneo que hacen las culturas locales. Aquí Deleuze y Guatari lanzarían su manido trabalenguas: desterritorialización y reterritorialización.
  • Yo lo veo así: viene una canción de Madonna impulsada por toda su parafernalia publicitaria y transnacional y se instala en todas las radios del planeta. Sin embargo en cada cultura es bailada con una cadencia diferente. Un sueco no la podrá bailar como un venezolano por más que practique. Pero no es de esto de lo que quiero hablar, sino de literatura. Así que éste es el punto cero.

1.- Alemania.

  • El mexicano Jorge Volpi se ha convertido en el ejemplo clásico del escritor global. En 1999 asombró que su novela “En busca de Klingsor” se desarrollara en Alemania durante la segunda guerra mundial. Que nunca había pisado Berlín, aclaró. En un momento dado los escritores latinoamericanos se hartaron de las monjas voladoras y todos los íconos del realismo mágico y se dedicaron a escribir sobre ciudades muy realistas, la cultura pop, incluso sobre países en los que ni siquiera habían estado.
  • Acabo de leer los primeros cuentos de “El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan” de Patricio Pron, un escritor argentino que vivió hasta hace poco en Alemania. Todos se desarrollan en Alemania y son tan alemanes que yo hubiese creído que eran de un escritor alemán si no hubiese leído la contratapa.
  • En mi cuento “El perro de Nina Hagen” la protagonista va a un bar en Berlín, en una calle que encontré en un mapa de Google. De más está decir que mi humanidad apenas ha estado unas horas en el aeropuerto de Frankfurt, camino a Tel – aviv.
    Alemania, pero también cualquier otro país extranjero. Libros escritos gracias a fotos, películas, información en la red, google earth, breves estadías, cuentos de los amigos.

2.- Locus cero.

  • Hay un cuento de Eduardo Berti que me encanta. Se llama “La carta vendida” y ocurre en un lugar en medio de la nada, una mina de yeso en quién sabe donde. Yo supongo que es en un país latinoamericano, no sé por qué. Para la historia tanto el tiempo como el lugar son irrelevantes.
  • Es imposible saber dónde están localizadas las novelas de Mario Bellatin que he leído. Es un país de Latinoamérica, eso sí, pero ¿cuál?
    Novelas que transcurren en un cuarto. O en pasillos digitales. O en ciudades innombradas. Escritas por nómadas que se apropian de lo que ven, se desterritorializan y se reterritorializan.
  • El escritor argentino Marcelo Cohen creó un continente: El delta panorámico. Y va ubicando sus historias en cada una de sus islas inventadas también. Marcelo Cohen ha dicho que a todo escritor le preocupa la creación del espacio en el cual se moverán sus personajes, pero en los escritores que se encuentran fuera de sus países este tema se vuelve una obsesión.
  • ¿Hay una literatura ubicada en ninguna parte que quiere ser leída en todas? ¿Una literatura que se quiere mundializar, moverse de aquí para allá, ser apátrida? ¿O es más bien que el flujo de gente, comidas, estilos, repeticiones, aeropuertos hace que quien escribe lo haga desde una identidad corroída por lo global?

3.- .Todorov y yo.

  • Todorov ha dicho que la globalización es maravillosa para la literatura. Se refiere exactamente a la posibilidad de leer de todo sin moverse del lugar.
  • Yo no la llamaría maravillosa, pero sí creo que para quien escribe desde la intemperie –escritores nómadas con identidades discontinuas- la mundialización de la cultura es el único mar posible. ¿Maravilloso? No sé
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Citizen of two disasters http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/citizen-of-two-disasters/ Thu, 16 Sep 2010 09:39:26 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=2015 Liliana Lara

My two countries are two disasters; that’s why each day I try harder to live in an imaginary place. Let’s say: a virtual place. My participation as a citizen equals nil, because I’m an imperfect inhabitant that belongs to nowhere. I’ve got no voice to express my opinion about Venezuela because I’m no longer there – they say. I can’t say anything about Israel because I’m a foreigner – I think. From this citizen’s limbo, I’m neutralized and I overcome troubles as good as I can. Laws from here and there affect me; they don’t know where to place me. In order to ensure that my children were allowed to enter Venezuela, I had to obtain the Argentinean nationality for them – which corresponded them because of their father. It didn’t matter that they were my children: if they are travelling with an Israeli passport, they’re not allowed to enter the country, in which I was born and I lived until not long ago. Each time I have to visit bureaucrats, I have to explain how did I get here. Each time I step into an airport, I have to explain why do I want to get there. The day my children received the Argentinean nationality, we went to have an asado for export to celebrate it. The “welcome music” to that mock gauchesque was that old and painful song that says “I’m not from here, from there neither”.

No flag satisfies me. If we run out of water in Middle East, I’ll run to Venezuela. If there’s another war, if I’m suddenly close to a terrorist attack, if the Mediterranean Sea boils jellyfishes, if the promised atomic bomb falls nearby, I’ll return home. But my home is not my home anymore, but a battlefield where violence and criminals are winning the game by far. Venezuela rolls down the hill into its (or because of) invention, “XXI Century Socialism”. Theoretically, a new doctrine, but deeply rooted in ancient concepts and words.

For ten years, the State has been busy in changing names: for ministries, high schools, departments, banks, television broadcasts, currency. Everything has to get a new name that plays well with the new politic reality. And I don’t know the name of the things anymore. Meanwhile, a huge daily circulation’s newspaper front page: a picture that shows a painful reality, in which is to see the dead, naked bodies of ten people. They don’t fit in an overfilled morgue, that’s why they’re piled in a corridor. Criminals assassinated them all in any given weekend, in Caracas.Decomposing bodies that no one dares to shut their eyes or to bury them (in a common grave, of course). A war. If anyone states how impossible is to live with such violence, a minister breaks into laughter. Maybe he orders to close that scatological newspaper as soon as he recovers from his big laugh.

It’s the same laugh that emerges in an Israeli soldier, posing with tied up, blindfolded arrested Palestinians. The best time of my life, as described by herself in her own Facebook page, where she publishes the picture that will make her famous. It seems that my two countries are full of laughter. And corpses. And kidnappings. And arrested people. And political prisoners. And wars. And guerrillas. There’s more hunger in Venezuela, true that. And a millennial poverty that seems to hurt nobody. My participation as a citizen equals nil. I live in my imaginary country, my virtual country, my nuclear submarine, my B612 asteroid. If there’s a war, I’ll close my windows to hear it not. I don’t recycle, I don’t care about water, I just hope that the hole in the ozone layer will be big enough to swallow all injustice. I don’t support any minority, because I’m the minority’s minority. I would never demonstrate for myself, in the same way as nobody believes my political opinion is worth anything, being so far away, being such a foreigner.

Liliana Lara

Translation: Ralph del Valle

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Parto http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/entbindung/ http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/entbindung/#comments Fri, 03 Sep 2010 06:45:23 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=1484 Mi vida, al igual que la de muchas madres – no diré nada nuevo-, se divide en un antes y un después de ese momento celestial en el que me encontré a mí misma hecha un mar de gritos, sangre, placenta, excrementos y vida. Ese momento, después del dolor extremo, en que una enfermera risueña me puso en el pecho una pequeña cosa agelatinada, una bolita caliente y azul que olía a mi cuerpo por dentro y abría una boca profunda para llorar con toda la fuerza de sus pulmones recién estrenados. Sinead O´Connors –  otra mujer que se volvió loca luego de ser madre- canta en una vieja pero memorable canción que todos los bebés nacen gritando el nombre de Dios. A mí me consta doblemente. Primero en una tarde de febrero, luego a primera hora de la mañana de un día de noviembre: mis dos bebés, mis dos bolitas de carne nuevecita y caliente, gritaron al nacer el nombre de Dios con toda la fuerza de la vida que comienza, con todo el miedo que debe dar nacer. El miedo de ver la luz en quien sabe dónde, de venir a no se sabe qué. Y después siguieron llorando con esa misma fuerza durante los primeros meses. Según Sinead O´Connors los bebés siguen llorando luego de nacer porque ya no recuerdan el nombre de Dios. No será ella una experta en pediatría, pero yo le creo. Pasé noches en vela consolando bebés sin pegar un ojo. Con fuerza de sirena antiaérea, mis bebés le gritaron al mundo que tenían hambre, frío, cólicos, miedo. Pasé noches amamantándolos, tratando de calmar un hambre infinita que parecía ser hambre de otra cosa. En cada desvelo me aparté de mí misma. Partí.

Mi vida, al igual que la de muchas madres – no diré nada nuevo, repito-, se divide en un antes y un después de ese momento en que vi la luz de esos ojitos. Desde entonces cualquier otra cosa me parece secundaria. Soy una mejor persona desde ese instante. Soy hija de mis hijos porque el día en que nacieron también nací de nuevo y ahora vamos pasando por la infancia entrelazados. Feliz de volver a ciertos juegos, pero con el desasosiego de pasar de nuevo por ciertos temores. Soy mejor persona, sin embargo, por el bien de mis críos mataría y mentiría sin ningún remordimiento. Me gusta encontrar en mí pensamientos criminales en pos del bien de mis hijos. Lejos de sentirme culpable, me siento fuerte. Desde pequeños insectos, pasando por asquerosas criaturas, sin detenerme si quiera en lo humano, eliminaría cualquier cosa que represente un peligro para mis hijos. Soy mejor persona en un sentido que está más allá del bien y del mal.

No soy ya un individuo, no soy indivisible: desde ese minuto del parto estoy partida, tengo varios corazones latiendo a un mismo tiempo. No soy ciudadano de ningún lugar, patria o bandera: vivo al servicio de dos principitos provenientes de planetas lejanos, asteroides pequeños y sublimes. Canto sus himnos de caramelos, me pongo firme ante sus banderas dibujadas con lápices de cera, creo en sus historias, les preparo sus comidas favoritas, les leo cuentos y más cuentos. Dicen que la madre es la patria, pero a mí me gusta invertir los dichos: mis hijos son mi patria. Por sus sonrisitas, me enrolo en el ejército más bravío. Dicen que la madre es la lengua, pero es mentira. El idioma que hablamos viene marcado por sus respiraciones.

Soy una ciudadana imperfecta: en lugar de pensar en leyes o colectivos, paso horas jugando a las reinas dormidas o al pollito inglés. En lugar de leer el periódico, paso horas imaginando tonterías junto a mis niños: si tuviésemos un loro en esta casa, qué diría… y todo tipo de cosas sin mayor utilidad porque no tenemos un loro, o porque los loros de este lado del mundo hablan menos que los tropicales.

No tengo autonomía, no soy UNA. No tengo todo el tiempo que quisiera para escribir, no puedo trabajar más horas ni quedarme durmiendo hasta tarde una mañana de domingo porque dos boquitas me reclaman.  Me voy de mi ego, eso sí. El parto es también partir de uno mismo, vivir más allá del ego, irse, desconcentrarse, dejar de mirarse el ombligo, dividirse en más de dos mitades. Se que un día mis hijos partirán, quedaré sola otra vez conmigo misma, dormiré a pata suelta cada mañana, pero también sé que entonces seré otra. Nunca volveré a ser lo que fui. Siempre estaré partida.

No mentiré: también está la literatura, el amor, la vida, la supervivencia. Pero a la hora de la verdad, lo único que me importa son esos dos pares de ojitos. Luego está todo lo demás, incluso yo misma.

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Ciudadana de dos catástrofes http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/burgerin-von-zwei-katastrophen/ http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/burgerin-von-zwei-katastrophen/#comments Fri, 20 Aug 2010 07:17:09 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=966 Mis dos países son dos catástrofes, por eso cada día vivo más en un lugar imaginario. Mejor digamos: un lugar virtual. Mi participación ciudadana es nula porque soy una habitante imperfecta que no es de aquí y no está allá. No tengo voz para opinar sobre Venezuela porque no estoy allí – me dicen. No puedo decir nada de Israel porque soy una extranjera – pienso. Desde este limbo ciudadano, estoy anulada y voy sorteando las dificultades lo mejor que puedo. Las leyes de aquí y las de allá me afectan y no saben dónde ponerme. Para que mis hijos pudieran entrar a Venezuela tuve que sacarles la nacionalidad argentina – que les correspondía por vía paterna-. Poco importó que fueran mis hijos: si van con pasaporte israelí no pueden entrar al país en el que nací y viví hasta hace poco tiempo. Cada vez que me acerco a la taquilla de algún ministerio debo contar cómo es que llegué hasta aquí. Cada vez que piso un aeropuerto, debo explicar por qué quiero llegar hasta allá. El día que mis hijos recibieron la nacionalidad argentina, fuimos a comernos un asado en un restaurante argentino for export para celebrar. La música que nos recibió en aquel simulacro gauchesco fue aquella vieja y lacrimógena canción que dice “no soy de aquí, ni soy de allá“.

Ninguna bandera me place. Si se acaba el agua en el medio oriente, yo me devuelvo a Venezuela. Si se inicia otra guerra, si un atentado me toca de cerca, si el mediterráneo arde de medusas, si la tan prometida bomba atómica por fin recala por estos lados, yo me devuelvo a mi casa. Pero mi casa no es ya mi casa, sino un campo de batalla en el que la violencia y el hampa le van ganando con muchísima ventaja a cualquier buena intención. Venezuela va cuesta abajo en su rodada por / o a pesar de ese invento llamado “socialismo del siglo XXI”. Una doctrina supuestamente novedosa,  pero que está asentada en viejísimos conceptos y palabras.

Desde hace diez años el Estado está ocupado en cambiarle el nombre a los ministerios, los institutos, los departamentos, los bancos, las plantas de televisión, la moneda. Todo debe tener un nombre de acuerdo a la nueva realidad política. Y yo ya no sé cómo se llama nada. Mientras tanto la primera plana de un diario de gran circulación muestra una realidad dolorosa: En la foto rebozan los cuerpos desnudos de una decena de muertos que no caben en una morgue repleta y por eso están amontonados en algún pasillo. Todos fueron asesinados por el hampa durante un fin de semana cualquiera en Caracas. Cuerpos descomponiéndose, sin nadie que les cierre los ojos o los prepare para la fosa (común, por supuesto). Una guerra. Si alguien dice que ya no se puede vivir por tanta violencia, a un ministro le causa risa. Tal vez mande a cerrar a ese periódico por escatológico en cuanto pueda reponerse de su gran carcajada.

La misma carcajada con la que una soldada del ejercito israelí se retrata rodeada de detenidos palestinos amarrados y vendados. El mejor período de su vida – así lo escribe en su página de Facebook, donde publica la ya célebre foto que le hace saltar a la fama.  En mis dos países abunda la carcajada, por lo que se ve. Y los cadáveres. Y los secuestros. Y los detenidos. Y los presos políticos. Y las guerras. Y las guerrillas. En Venezuela hay más hambre, eso sí. Y una miseria milenaria que a nadie le duele.   Mi participación ciudadana es nula. Vivo en mi país imaginario, mi país virtual, mi submarino atómico, mi asteroide B612.  Si hay una guerra, cierro las ventanas para no escucharla. No reciclo la basura, no cuido el agua, espero que el agujero en la capa de ozono esté lo suficientemente grande como para tragarse todas las injusticias. No marcho en pro de ninguna minoría, pues soy la minoría de las minorías. Nadie marcharía por mí, de la misma manera en que nadie cree que mi opinión política tenga algún valor estando yo tan lejos, siendo yo tan extranjera.

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Broken floor tiles http://superdemokraticos.com/es/themen/geschichte/broken-floor-tiles/ Wed, 11 Aug 2010 09:11:24 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=772 I live in the middle of History, and even though South Israel’s fields shine with that very same gleam that fresh sprouted crops have, the Earth still keeps ancient secrets. Some weeks ago, we went for a walk with the kids, we wanted to see ducks in a wild lagoon just in between farming fields, and we found broken floor tiles. They were old, but not that old. I thought they could be an archaeological find, but my husband took me back to the truth: they couldn’t be very old, they were just lying on the ground as cracked layers, as granite pieces. A broken history on a thick lake’s bank. Years ago, 60 or even more, there was a small Arab village in this area. The oldest man from our Kibbutz tells us that the neighbours of that village got scared and run away afterwards Israel was founded as a country. However, the broken floor tiles seem willing to yell, that the exodus was not really peaceful.

Nobody hears here anymore the voices of Burayr, that devastated village. Some elderly just repeat the official version, convinced by the power of being able to back it up with bibliographic quotations. A few just talk, ashamed, about a vague trip of 5 men, with rifles, in fact young boys scared to death. The new Israeli historians state that the inhabitants of that village were undoubtedly expelled with violence. The broken floor tiles that we found in our country walk seem to corroborate that. But the story of the young men scared to death is there, too.

I read in Wikipedia that the village was Israeli and its name, then, was Beror Hayil. Afterwards, changed its name and owners: Burayr, Buriron and once again, Beror Hayil. Each one of those changes meant a conflict, with their own broken floor tiles. I believe in Wikipedia as much as I believe in History: knowing that facts are shifting, built up, altered. History is just a play dough that everyone shapes into their own wishes. A millennial Wikipedia, always re-written from the winners. The same winners that were before defeated. The same defeated that will be victorious.

If something can be learned from hackneyed history, is: everything that is today a certainty tomorrow will become a deep lake, doubtful and surrounded by a trail of violence. I ask myself shivering, if this kibbutz will keep changing its name. May a family in their weekend walk ever find these houses’ floor tiles?

Translation: Ralph del Valle

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Las caderas de América http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/espanol-las-caderas-de-america-red/ http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/espanol-las-caderas-de-america-red/#comments Thu, 05 Aug 2010 15:00:22 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=577

A los trece años, más o menos, me crecieron las caderas. Las tetas seguían siendo de niña, pero las caderas se me iban ensanchando cada día más. Culpé a la genética, a las tías, a las indias, a las italianas, a las españolas, a las negras que eran parte de mi genealogía. ¿Por qué no hubo una angulosa anglosajona en mi árbol genealógico que amortiguara esta tendencia a las amplias caderas y a las tetas estrechas? Mi queja eterna se fue convirtiendo en un chiste familiar. Mi padre le comentó a la más ancha de sus hermanas que yo la culpaba de mis desgracias. Ella se rió, con una risa mucho más dilatada que sus caderas, y me llevó ante un tío abuelo para que me contara la historia de América. El viejito era cegato y mentiroso y me dijo que me levantara, que quería ver qué tan anchas eran mis caderas. Me miró con sus ojos encuadrados en pestañas canosas y dictaminó:

– ¡Bah! No son nada en comparación con las de América.

Su hermana mayor, América, se había encargado de la familia y de la casa tras la muerte de la madre. En sus amplias caderas cargaba a todos sus hermanos pequeños y así salía a recorrer el campo o seguía en los quehaceres domésticos. Era bella porque en aquellos días la amplitud era un regocijo para la mirada. Los hombres se deshacían en piropos cada vez que veían venir a aquella humanidad acaderada. América, amplia como los llanos venezolanos, cuidando a sus hermanos, madre anticipada, nunca se casó porque era tan bella que su belleza no encontró un pretendiente a su altura, sus caderas no encontraron un cuerpo que pudiera arroparlas. Ella y sus caderas envejecieron en la casa familiar, cuidando primero a los hermanos, luego al padre, finalmente a algunos gatos.

A los trece años aquella historia de sumisión, soledad y responsabilidad prematura me pareció tétrica. Las caderas de América, lejos de consolarme, me parecían un mal presagio. ¿Acaso la historia también se heredaba y yo, hermana mayor, tendría que encargarme de la casa y la familia y terminaría mis días en la más recóndita soledad? Pensé en una máquina para quebrar caderas, como esas que achican los cráneos. Pensé en todo tipo de deportes y liposucciones. Quise parecerme a las fotos de las revistas y no a las que estaban en los álbumes familiares. A pesar de todo eso, las caderas siguieron creciendo inexorablemente y los senos involucionaron, aún después de amamantar hijos. Heredé las caderas de América, sin lugar a dudas; no así su historia.

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Panóptico punto cero http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/nullpunkt-panoptikum/ http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/nullpunkt-panoptikum/#comments Thu, 22 Jul 2010 15:03:36 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=494

Miro las fotos de mis amigos y de los amigos de mis amigos en las redes sociales, en los blogs, fotologs, etc. Conozco sus casas, sus gustos, sus mascotas. De los más osados, he visto incluso sus sexos depilados, sus estragos, sus miserias. Soy una voyeurista digital que disfruta de la intimidad de los otros. Miro desde mi ventana-pantalla sus vidas ajenas y lejanas. Sus estados, sus amigos, los primeros pasitos de sus hijos.

A veces soy testigo presencial de disputas y malentendidos o me entero de los chismes familiares antes que mi propia madre. Otras veces tengo la suerte de que mis amigos y sus amigos suban fotos antiguas: así conozco sus historias, sus pañales, sus uniformes de escuela, el acne de sus adolescencias. Soy un vigilante en medio de una cárcel panóptica, esa que fue ideada por Jeremy Bentham hace miles y miles de años y luego fue retomada por Foucault en el siglo pasado para explicar las formas de la vigilancia que asume el estado hegemónico, la “sociedad disciplinaria” a la que no le interesa la indagación de la realidad, sino el control. En esa estructura arquitectónica de la observación todo lo que el individuo hacía estaba expuesto a la mirada de un vigilante que podía ver sin ser visto. Sólo que yo también soy vista. Vigilante y vigilada a un mismo tiempo, expongo mi intimidad y miro la intimidad ajena. La noción de panóptico de Foucault ha sido desempolvada últimamente para explicar uno de los fenómenos más alucinantes de la web 2.0: la exhibición / observación de la intimidad.

Sin embargo, yo creo que este concepto se queda corto, o que en todo caso se debe hablar de un panóptico dentro de otro, como las muñecas rusas. Vigilamos la intimidad de los otros, nos vigilan otros que a su vez son también vigilados. Al final de esta cadena de voyeuristas-vigilantes puede que esté esa sociedad disciplinaria e invasiva que nos quiere mantener a raya, o al menos eso es lo que piensan los detractores de las redes sociales o la web semántica. Sea como fuere, en esta nueva situación en la que nuestra intimidad es expuesta y vigilada a un mismo tiempo, no hay que perder de vista que se trata de una exposición adrede. Muestro lo que quiero que el otro vea. No se trata de una intimidad agarrada in fraganti, una puerta abierta en el medio de la noche o las páginas de un diario encontradas por azar, sino la intimidad de un exhibicionista, un megalómano, un egocéntrico. Una persona que se sabe vista y, más aún, que quiere ser mirada. El exhibicionista digital construye su avatar como quien construye una ficción. Una autoficción, término tomado de la literatura o viceversa. El gusto generalizado por invadir la intimidad del otro ha alcanzado a la literatura: no en vano los libros más vendidos son las autobiografías y el género “autoficcional”. En los ùltimos años han proliferado esas novelas narradas en primera persona, en las que el narrador tiene el mismo nombre que el autor, o sus iniciales o un nombre fonéticamente parecido, y las peripecias de las novelas tienen muchísimos puntos de contacto con datos reales de la vida del autor.

La intimidad digital es construida: escogemos las fotos y las frases que queremos mostrar. Nos desnudamos ante la cámara, pero mostramos nuestro mejor ángulo. Sabemos que nos miran. Queremos ser vistos. También queremos mirar el simulacro de intimidad que nos presentan los otros. Lacan ha dicho que el deseo del hombre es el deseo del otro, que existe un apetito del ojo que sólo se calma con el dar-a-ver. Ese dar-a-ver no es ingenuo. A la necesidad generalizada de observar la intimidad ajena se suma la necesidad de construirse una identidad digital para mostrarla. Los blogs, más que actualizaciones de los antiguos diarios íntimos, me parecen versiones multimedia de los reality shows que abundan en la televisión. Claro, se trata de reality shows mucho más interesantes y para todos los gustos: la adolescente rosa que cuenta los pormenores de sus primeras desdichas amorosas; el gran intelectual que comenta libros y se esconde; las madres teóricas y prácticas del post-porno español; el escritor que se vende a como de lugar y desde todos los medios que ofrece la web 2.0.Todos se exponen a mis ojos, y mis ojos están ávidos de ellos. Los sigo, los etiqueto, los pongo en mis favoritos, en el google reader, en los feeds. Los conozco más que a mis vecinos.

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